miércoles, 22 de enero de 2014

Velázquez y la familia de Felipe IV


Museo del Prado, Madrid.

Desde el pasado mes de octubre y hasta el próximo 9 de febrero, el Prado está presentando una muestra que reúne unas 30 obras, la mitad correspondientes a Diego Velázquez, relativas al rey Felipe IV y su familia. Velázquez pintó estos cuadros entre 1650 y 1660, es decir en sus último diez años de vida. Las restantes obras que se exponen fueron realizadas por sus sucesores como retratista, Juan Bautista Martínez del Mazo y Juan Carreño, durante las décadas de 1660 y 1670, todas ellas bajo el universo de la influencia estilística de Velázquez.
La exposición busca enfatizar por un lado, las características de Velázquez, y sus sucesores, en tanto retratistas de corte. Y por otro, persigue invitar a reflexionar sobre el lugar de la pintura de la familia real en el universo político y diplomático de la Europa del siglo XVII.

“El núcleo de la exposición está compuesto por los retratos reales que hizo Velázquez en Madrid desde su vuelta de Roma hasta su muerte en 1660. Son once piezas que forman un capítulo aparte dentro de su carrera, por su singularidad iconográfica y técnica, y en las que se mantuvo a un nivel de calidad extremadamente alto. El mundo femenino e infantil invade por vez primera su catálogo, el color se hace más denso, variado y suntuoso de lo habitual hasta entonces, y se incorporan decididamente las alusiones espaciales a los retratos reales. Entre esas obras destaca especialmente Las Meninas, que aunque no van a figurar físicamente en el espacio expositivo, forman parte fundamental de la muestra. Las Meninas supone una formidable reivindicación del género del retrato, y un gran ejercicio de autoafirmación social y profesional por parte de su autor. Su complejidad iguala un retrato a la más erudita “pintura de historia”, y la convierte en el mejor ejemplo del grado de sofisticación al que había llegado la corte española. Porque cuando Velázquez lo pintó –y es una de las cosas que pretende subrayar la exposición- la cultura cortesana española atravesaba uno de sus momentos más creativos, con literatos como Pedro Calderón y Antonio de Solís en la cima de sus facultades, o con unas Colecciones Reales en pleno proceso de expansión y remodelación. La demanda de imágenes a que dio lugar la llegada de una nueva reina y el nacimiento de infantes y príncipes obligó a multiplicar el número de retratos y a poner en marcha un activo taller. La exposición refleja este hecho a través de varias versiones de los originales de Velázquez, realizadas en su taller y bajo su supervisión”.(Tomado de www.museodelprado.es)

 Las Meninas. 1656. 318 x 276 cm.- Es una de las obras de mayor tamaño de Velázquez y en la que puso un mayor empeño para crear una composición a la vez compleja y creíble, que transmitiera la sensación de vida y realidad, y al mismo tiempo encerrara una densa red de significados. El pintor alcanzó su objetivo y el cuadro se convirtió en la única pintura a la que el tratadista Antonio Palomino dedicó un epígrafe en su historia de los pintores españoles (1724). Lo tituló En que se describe la más ilustre obra de don Diego Velázquez, y desde entonces no ha perdido su estatus de obra maestra. Gracias a Palomino sabemos que se pintó en 1656 en el Cuarto del Príncipe del Alcázar de Madrid, que es el escenario de la acción. El tratadista cordobés también identificó a la mayor parte de los personajes: son servidores palaciegos, que se disponen alrededor de la infanta Margarita, a la que atienden doña María Agustina Sarmiento y doña Isabel de Velasco, meninas de la reina. Además de ese grupo, vemos a Velázquez trabajar ante un gran lienzo, a los enanos Mari Bárbola y Nicolasito Pertusato, que azuza a un mastín, a la dama de honor doña Marcela de Ulloa, junto a un guardadamas, y, al fondo, tras la puerta, asoma José Nieto, aposentador. En el espejo se ven reflejados los rostros de Felipe IV y Mariana de Austria, padres de la infanta y testigos de la escena. Los personajes habitan un espacio modelado no sólo mediante las leyes de la perspectiva científica sino también de la perspectiva aérea, en cuya definición representa un papel importante la multiplicación de las fuentes de luz. Las meninas tiene un significado inmediato accesible a cualquier espectador. Es un retrato de grupo realizado en un espacio concreto y protagonizado por personajes identificables que llevan a cabo acciones comprensibles. Sus valores estéticos son también evidentes: su escenario es uno de los espacios más creíbles que nos ha dejado la pintura occidental; su composición aúna la unidad con la variedad; los detalles de extraordinaria belleza se reparten por toda la superficie pictórica; y el pintor ha dado un paso decisivo en el camino hacia el ilusionismo, que fue una de las metas de la pintura europea de la Edad Moderna, pues ha ido más allá de la transmisión del parecido y ha buscado con éxito la representación de la vida o la animación. Pero, como es habitual en Velázquez, en esta escena en la que la infanta y los servidores interrumpen lo que hacen ante la aparición de los reyes, subyacen numerosos significados, que pertenecen a campos de la experiencia diferentes y que la convierten en una de las obras maestras de la pintura occidental que ha sido objeto de una mayor cantidad y variedad de interpretaciones. Existe, por ejemplo, una reflexión sobre la identidad regia de la infanta, lo que, por extensión llena el cuadro de contenido político. Pero también hay varias referencias importantes de carácter histórico-artístico, que se encarnan en el propio pintor o en los cuadros que cuelgan de la pared del fondo; y la presencia del espejo convierte el cuadro en una reflexión sobre el acto de ver y hace que el espectador se pregunte sobre las leyes de la representación, sobre los límites entre pintura y realidad y sobre su propio papel dentro del cuadro. Esa riqueza y variedad de contenidos, así como la complejidad de su composición y la variedad de las acciones que representa, hacen que Las meninas sea un retrato en el que su autor utiliza estrategias de representación y persigue unos objetivos que desbordan los habituales en ese género y lo acercan a la pintura de historia. En ese sentido, constituye uno de los lugares principales a través de los cuales Velázquez reivindicó las posibilidades del principal género pictórico al que se había dedicado desde que se estableció en la corte en 1623 (Texto extractado de Portús, J.: Velázquez y la familia de Felipe IV, Museo Nacional del Prado, 2013, p. 126).

Dejo a continuación una presentación con imágenes relativas a Velázquez y la familia de Felipe IV 


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